Mi fiel amigo
“No era más que un zorro, semejante a
cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo” Antoine de Saint-Exupéry (El principito).
Dicen
que los niños con autismo “viven en su mundo” y me tocó vivir con mi hijo una
amistad de “otro mundo” porque en este nunca he visto una amistad más hermosa y
fiel que la que existió entre un niño pequeño y su caballo.
Era
una mañana soleada el día que Andy conoció a Lobo, un hermoso caballo con el que
iba a aprender a montar, tenía tan solo tres años, no hablaba y no sabía si iba
a gustarle montar, Iván le presentó a Lobo, desde ese primer instante surgió el
amor y la amistad entre un caballo y mi pequeño niño.
Se
acercó a Lobo y él se inclinó, las pequeñas manos de su amigo acariciaron su
trompa por primera vez y con un movimiento de cabeza Lobo lo invitó a montar en
su lomo, jamás había visto esa mirada de felicidad, su enorme sonrisa, se podía
ver la felicidad en un rostro inocente mientras estaba en el lomo de su primer
amigo.
Se
podía ver que ambos, caballo y niño eran felices juntos y se amaban, todos los
sábados por las mañanas despertaba con alegría y aunque no hablaba, empezó a
hacerlo, una de sus primeras palabras espontaneas fueron: “vamos, lobo” se
subía al auto y aunque el trayecto era largo para él saber que iba a montar a
su amigo hacía que el viaje se acortara, al llegar al rancho bajaba y corría
directo a montar a su amigo, era inmensamente feliz, lo llenaba de caricias y
lo abrazaba de las patas.
Yo
sabía “leer” a mi hijo, al no ser verbal aprendí a interpretar sus movimientos,
sus gestos y mi conexión con él se hizo tan fuerte que aún ahora que habla y se
comunica perfectamente nos sobran las palabras para entender al otro, yo sentía
en mi corazón que ese niño y su caballo tenían una conexión muy fuerte y se
entendían uno al otro como nadie.
La
vida me regaló el momento en el que todos pudimos comprobar que la conexión del
niño con el caballo era tan fuerte que el día que se despidieron pudimos
presenciar el momento más maravilloso, tierno y desgarrador.
Llegamos
a montar como cada mañana algo notó el niño en el caballo y le dijo a la
persona que estaba montando con él que Lobo se iba a caer, eso le permitió
actuar con rapidez para que no ocurriera un accidente, yo estaba detrás del
ruedo, vi al niño saltar a los brazos de Gina y a Lobo desplomarse, sacaron al
caballo del ruedo y trataron de proteger al niño hasta saber qué había
sucedido, el niño corrió a encontrarse con su amigo, estaba echado en la
tierra, se inclinó para abrazarlo y empezó a despedirse de él, recuerdo las
palabras exactas como di hubiese sido ayer, le dijo:
Estás
cansado, tus patas están cansadas, tus orejas están cansadas (mientras lo acariciaba
con ternura) en su mirada podía ver dolor, empatía, un profundo amor y un dejo de
tristeza, sus ojitos se llenaron de lágrimas y abrazó a su caballo y le dijo
adiós Lobo te quiero con todo mi corazón, se acercó a mí y me dijo que ya no
iba a volver a ver a su amigo, de regreso a casa vi por el retrovisor como
rodaban lágrimas por sus mejillas, era un llanto silencioso, su mirada
reflejaba el dolor de un corazón roto por perder a su amigo, volvió a montar,
pero jamás tuvo una conexión igual con otros caballos y sé que en su corazón
sigue Lobo, su fiel amigo y compañero de tantas cabalgatas en el ruedo y los
alrededores del rancho.
Vivir
esa historia y recordarla me llena de recuerdos, me remonta a la belleza de la amistad y la frase inicial que es de li libro favorito, pueden existir otros cien mil caballos como Lobo, pero el amor y la conexión que existió entre ese caballo y ese niños los hizo únicos en el mundo y cada vez que alguien dice que
los niños con TEA “viven en su mundo” respondo que viven en el nuestro pero que
definitivamente sus almas si son de otro mundo, uno donde no existe la maldad
porque la pureza e inocencia de sus almas no existen en este mundo.
Tere
de Cortéz
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